La Essmar suma otro cambio de agente especial desde su intervención en 2021, mientras la crisis sigue intacta y sin soluciones reales.
La Empresa de Servicios Públicos de Santa Marta (Essmar) atraviesa una de las crisis más largas y desgastantes en la historia de los servicios públicos de la ciudad. Desde noviembre de 2021, la Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios decidió intervenir la entidad por los problemas financieros, la falta de planeación y la deficiente prestación del servicio de acueducto y alcantarillado.
Tres años después, la medida parece haberse convertido en un ciclo sin salida. La Essmar ya acumula seis cambios de agente especial y, pese a los relevos, no hay resultados tangibles que permitan hablar de mejoría. Los ciudadanos siguen padeciendo cortes constantes de agua, rebosamientos en los barrios y una empresa que no logra consolidar la confianza perdida.
El episodio más reciente es la salida de Erney Alfonso Velásquez Torres, quien había asumido en diciembre de 2024 con la promesa de estabilizar la entidad. Ocho meses después, se marcha sin un balance claro ni logros visibles. En su reemplazo fue designado Edwin Antonio Parada Cabrera, quien llega con el mismo reto de sus antecesores: rescatar la empresa y devolverle eficacia a la prestación de los servicios.
El problema no es el cambio en sí, sino la reiteración de un patrón que se ha repetido desde 2021. Cada nuevo interventor inicia con discursos de recuperación, diagnósticos financieros y planes de choque, pero se despide con las mismas falencias estructurales que motivaron la intervención inicial. La sensación entre los samarios es que la Essmar se convirtió en una plataforma burocrática en la que el cargo de agente especial funciona más como un escalón en la carrera administrativa que como una verdadera misión de salvamento.
Cuando la urgencia exige resultados y no más relevos
El trasfondo de esta situación está en la gestión misma de la intervención. Cuando la Superservicios tomó el control, la expectativa era que la medida fuese temporal, enfocada en corregir los errores de fondo. Sin embargo, lo que se ha visto es una prolongación indefinida que desgasta tanto a la empresa como a la ciudadanía.
En un principio, la interventoría recayó en EPM, que elaboró un diagnóstico de la situación. Después se designó a Jorge López Echeverry, quien se mantuvo menos de un año. Luego y después de cuatro agentes, llegó Velásquez Torres, con experiencia en temas administrativos, pero su paso por la Essmar terminó igual que el de su antecesor: sin transformaciones visibles. Con la entrada de Edwin Antonio Parada Cabrera, el número seis, los samarios reciben al octavo timonel en menos de cuatro años, lo que refuerza la percepción de improvisación.
Cuánto más debe pasar para que Essmar dé resultados
La pregunta es evidente: ¿qué tan efectivos son estos cambios si la calidad del servicio no mejora? En barrios como Pescaíto, María Eugenia o Bastidas, la gente sigue comprando agua en carrotanques o lidiando con alcantarillas colapsadas. Mientras tanto, la Superservicios insiste en que el proceso de recuperación avanza, aunque no exista un solo indicador que lo respalde de manera contundente.
Políticamente, el tema también pesa. La intervención se convirtió en un asunto de debate local, porque muchos ven en los cambios de interventor un manejo centralista, desconectado de la realidad de la ciudad. Además, cada designación genera suspicacias sobre los intereses que puedan estar detrás de los nombramientos. No falta quien señale que la Essmar se transformó en un “pasantía obligada” para funcionarios que luego aspiran a otros cargos dentro del Estado.
La crítica más fuerte es que la ciudad no puede esperar a que la Essmar funcione como un laboratorio de gestión. Lo que está en juego es un derecho fundamental: el acceso al agua y al saneamiento básico. Los samarios reclaman acciones de fondo, inversiones claras y resultados palpables. La rotación constante de agentes especiales solo aumenta la frustración y la desconfianza en las instituciones.
Con la llegada de Parada Cabrera, la expectativa es que se rompa el ciclo. Sin embargo, los antecedentes no juegan a su favor. La comunidad ya ha escuchado los mismos discursos en más de una ocasión y lo que ahora exige son hechos. Si el nuevo interventor no logra mostrar resultados en poco tiempo, el cargo corre el riesgo de seguir percibiéndose como un puesto de trámite más que como una responsabilidad real con la ciudad.
Al final, lo que hoy se discute no es únicamente quién ocupa el escritorio principal de la Essmar, sino si la intervención ha cumplido su objetivo o se convirtió en un ejercicio estéril que consume tiempo y desgasta a la población. Después de casi cuatro años, la pregunta persiste: ¿cuántos interventores más deberá soportar Santa Marta antes de que la empresa muestre un cambio verdadero?