Margarita Guerra, consolidó el control político de Fuerza Ciudadana en el departamento. Su triunfo, sustentado en una estructura sólida y disciplinada, ratifica el peso del caicedismo y abre el reto de gobernar bajo el escrutinio de un territorio polarizado.
La elección atípica terminó por confirmar lo que se venía observando en el ambiente político del Magdalena: Margarita Guerra no solo era la candidata de Fuerza Ciudadana, sino la persona elegida para mantener la dirección política del departamento. El último boletín oficial entregado por la Registraduría lo ratifica con cifras contundentes: 188.722 votos para un 56,05 % de apoyo, en una jornada donde participaron 341.782 ciudadanos, equivalentes al 31,23 % del censo electoral.
Su triunfo no se explica por azar ni por una ola coyuntural. Obedece a un proceso político que la puso en el lugar preciso en el momento en que su partido necesitaba una figura capaz de asumir el desafío más complejo desde la creación de Fuerza Ciudadana: preservar la gobernabilidad después de la salida abrupta de Rafael Martínez.
Margarita Guerra, abogada nacida en Fundación, con formación en derecho público y experiencia en distintas dependencias administrativas, no era la militante de mayor exposición dentro del movimiento. Su trayectoria se había desarrollado en áreas donde predominaba el trabajo técnico, la gestión institucional y la construcción silenciosa de credibilidad. Pero ese perfil, lejos de restarle fuerza, la convirtió en una opción confiable dentro de un movimiento que necesitaba una sucesora sin fracturas internas.
Su trabajo previo en la Secretaría de Gobierno de Concordia y Algarrobo, su experiencia como coordinadora regional de la Unidad de Víctimas y su paso por la Asamblea Departamental la formaron en temas de administración, políticas públicas y relación con comunidades. Pero fue su rol en la Asamblea el que la acercó más al núcleo directivo de Fuerza Ciudadana. Ahí lideró debates, impulsó propuestas y, sobre todo, demostró una lealtad innegable al proyecto.
Cuando presentó su renuncia para habilitar la candidatura, quedó claro que la decisión había sido consensuada con la estructura del movimiento. Su postulación no fue improvisada: fue el resultado de una estrategia construida con la intención de sostener la imagen, la narrativa y la continuidad de los programas que impulsaron Carlos Caicedo y Rafael Martínez.
Guerra hizo campaña desde un mensaje de consolidación y gestión, más que desde la confrontación. Prometió fortalecer redes de salud, ampliar servicios educativos, impulsar proyectos sociales para jóvenes y mujeres, y mantener la presencia territorial que caracteriza a su movimiento. Evitó discursos estridentes y se enfocó en proyectar seguridad técnica y estabilidad administrativa, dos atributos que suelen atraer al electorado disciplinado que domina las atípicas.
El resultado confirmó que esa ruta funcionó. Su victoria se cimentó en municipios donde Fuerza Ciudadana ha construido estructura durante años y en sectores urbanos donde la maquinaria del movimiento conserva presencia orgánica. Esa red territorial, sumada a su imagen institucional, permitió que la diferencia sobre el segundo lugar fuera amplia desde las primeras mesas informadas.
Guerra llega ahora a la Gobernación con un desafío que va más allá de administrar. Tendrá que demostrar si es capaz de ejercer liderazgo propio sin depender de la tutela constante del movimiento. Ese punto será esencial para determinar si su mandato será recordado como una prolongación mecánica de lo que ya existía o como el inicio de una etapa donde aporte sello personal a la gestión pública.
El clima institucional también la pondrá a prueba. Durante la campaña enfrentó solicitudes de revisión ante el CNE, discusiones jurídicas y cuestionamientos de sectores críticos del caicedismo. Su administración deberá moverse en un ambiente de vigilancia permanente, donde cualquier decisión será evaluada con lupa por opositores y organismos de control.
A pesar de ese escenario exigente, Guerra llega fortalecida. Su votación no solo la legitima como gobernadora electa, sino como figura que logró unir a un movimiento que venía de semanas de tensión. Ese respaldo popular, reflejado en los resultados del boletín oficial, será su principal capital político durante los primeros meses de gobierno.
Por otra parte, el desempeño de sus competidores, quienes quedaron claramente relegados. Rafael Emilio Noya terminó con 124.291 votos para el 36,91 %, mientras que Miguel Ignacio Martínez obtuvo 16.433 votos (4,88 %) y Luis Augusto Santana cerró con 2.247 votos (0,66 %). Ninguno logró acercarse a la ventaja obtenida por Guerra, un dato que confirma que la contienda no tuvo un momento real de incertidumbre.
La nueva gobernadora inicia su mandato con una base política sólida y con un reto histórico: demostrar que puede administrar con eficiencia, mantener la cohesión interna y responder a un electorado que espera continuidad, pero también resultados visibles en un departamento con profundas necesidades.