El excongresista Franklin Lozano reaparece en la arena política con el aval conservador, tras una carrera marcada por transformaciones estratégicas y silencios convenientes.
Franklin del Cristo Lozano De la Ossa vuelve a escena como quien nunca se fue. Oriundo de Zapayán, en el corazón del Magdalena, su nombre ha transitado por casi todos los caminos del poder local: diputado, representante a la Cámara en dos periodos y aspirante a la Gobernación. Su historia es la de un político que entiende que los partidos son, en esencia, vehículos para mantenerse en movimiento.
En los últimos años, Lozano supo moverse con sigilo en medio de los reacomodos del poder. Lo hizo primero bajo el viejo rótulo del PIN —Partido de Integración Nacional—, que más tarde, en un intento de lavado de imagen, se transformó en Opción Ciudadana. Desde esa plataforma, el zapayenero logró consolidar una estructura que le permitió abrirse paso en la Asamblea Departamental y luego dar el salto al Congreso. No tardó en convertirse en una ficha clave de la política regional, respaldado por una red de liderazgos locales que lo siguieron incluso cuando cambió de color partidista.
Su aspiración a la Gobernación del Magdalena por firmas marcó un giro táctico: Lozano entendió que las candidaturas pueden desgastarse, pero los liderazgos territoriales, bien administrados, no se marchitan. Sin embargo, esa jugada no fue suficiente para imponerse en las urnas. Ahora, con el aval del Partido Conservador, intenta reposicionarse desde una casa política que no tenía representación en la Cámara desde hace más de una década.
El poder en familia y las grietas internas
El regreso de Franklin Lozano no puede explicarse sin mencionar a Sandra Ramírez Caviedes, su esposa y pieza central de su engranaje político. Su presencia en la Cámara fue una extensión del dominio de Lozano: cuando el dirigente no pudo continuar, ella asumió la curul con el aval de Cambio Radical, garantizando que la estructura no perdiera presencia en el Congreso. En política, el relevo familiar es una fórmula de control, y Lozano la aplicó con precisión quirúrgica.
No obstante, esa misma estrategia generó fisuras dentro del entorno político. Su insistencia en posicionar a Ramírez en espacios de visibilidad —como el caso de Cambio Radio, donde su ingreso fue percibido como una imposición— provocó el malestar de caciques regionales con influencia nacional. Entre ellos, el congresista Carlos Mario Farelo y el veterano dirigente José Pinedo Campo, quien incluso declinó su aspiración a la Cámara en medio de las tensiones.
Lozano conoce bien el terreno en el que se mueve: su fortaleza está en la capacidad para sostener alianzas funcionales, no en las afinidades ideológicas. En su entorno lo describen como un político que no improvisa, que calcula cada movimiento y entiende que la lealtad, en el Magdalena, suele ser temporal.
El pasado que no se borra
Aunque su discurso se enfoca en el futuro del departamento y la “renovación política”, la sombra del pasado sigue acompañando su nombre. Su padre, también político del Magdalena, fue uno de los firmantes del Pacto de Chivolo, un episodio que dejó una marca profunda en la historia política de la región. Franklin ha procurado mantener distancia de aquel capítulo, pero el apellido Lozano aún carga con el peso de la memoria.
Esa herencia explica en parte su estilo reservado. A diferencia de otros líderes que buscan los reflectores, Lozano prefiere operar desde la discreción, tejiendo acuerdos con alcaldes, concejales y líderes comunitarios. Su apuesta conservadora, más que una adhesión ideológica, parece una estrategia para recuperar espacio institucional bajo un partido que busca resucitar en el Magdalena tras años de irrelevancia.
La última credencial conservadora en la Cámara fue la de Alfonso Campo Escobar, cuya carrera terminó salpicada por procesos judiciales relacionados con parapolítica. Hoy, el retorno de Lozano bajo esas mismas banderas plantea una paradoja: el intento de revivir al partido con un nombre que también carga su propio equipaje político.
La nueva jugada azul
El aval del Partido Conservador es una declaración de intenciones. Para Lozano, representa la oportunidad de relanzar su carrera bajo un sello tradicional, pero con una estructura territorial moderna. En varios municipios del Magdalena ya cuenta con líderes activos, concejales y algunos alcaldes aliados que lo respaldan. Su maquinaria, que ha sobrevivido a las metamorfosis de los partidos, sigue intacta.
El dirigente ha demostrado una habilidad poco común para navegar entre los cambios de clima político. Mientras otros se quedan anclados en un movimiento, él salta al siguiente sin perder base ni recursos. En esta ocasión, su aterrizaje en el conservatismo coincide con un contexto de fragmentación política: los partidos tradicionales buscan recuperar espacios frente al avance de candidaturas locales por firmas y movimientos ciudadanos.
Fuentes internas del conservatismo señalan que la llegada de Lozano ha reordenado la disputa por los avales en el departamento. Dirigentes como Alex Velásquez, exdiputado del Magdalena, y Juan Carlos Palacios, quienes en algún momento sonaron para encabezar listas, no habrían mostrado interés en competir. Eso deja el camino despejado para que Lozano encarne la “revitalización” del partido, aunque con un rostro conocido.
Los cálculos electorales no son menores: en sus anteriores campañas, Lozano ha demostrado una capacidad de voto que oscila entre 40 y 50 mil sufragios, un capital nada despreciable en un departamento donde las estructuras pesan más que los discursos. Esa base lo convierte en un jugador clave para cualquier alianza futura, y explica por qué su nombre sigue siendo una ficha apetecida en las mesas de negociación.
Entre el cálculo y la oportunidad
Franklin Lozano no improvisa. Su regreso al ruedo político no responde a un impulso de última hora, sino a una estrategia cuidadosamente diseñada. Aprovecha el desgaste de otros liderazgos, las fracturas de Cambio Radical y la necesidad del conservatismo de volver a tener voz en el Congreso. La combinación de factores lo favorece.
Su desafío, sin embargo, será romper con la percepción de que su carrera se basa más en la conveniencia que en la convicción. En un escenario donde el electorado joven empieza a exigir coherencia y transparencia, Lozano tendrá que demostrar que su proyecto no es solo una prolongación de viejas estructuras familiares.
Aun así, su retorno bajo el paraguas azul deja claro que sigue siendo un político con reflejos. En la política del Magdalena, donde las lealtades cambian tan rápido como los avales, Franklin Lozano vuelve a posicionarse —una vez más— en el lugar donde las decisiones realmente se toman.