Con la Casa Afro Santa Marta abre las puertas al reconocimiento histórico de sus comunidades afrodescendientes.
Durante años, Santa Marta arrastró una deuda silenciosa con sus comunidades afrodescendientes, la falta de un espacio propio, visible, legítimo. Esa omisión no era menor, pues, negaba el derecho a existir con dignidad dentro del tejido institucional de la ciudad.
Hoy, por fin, esa carencia empieza a corregirse con la entrega formal de la sede de la Casa Afro, en el barrio Cristo Rey, no es una celebración protocolaria ni un acto de ocasión. Es un giro necesario que, sin estridencias, marca una transformación real.
Este nuevo espacio tiene el valor de lo auténtico y nace del reconocimiento a una cultura que nunca ha pedido permiso para resistir, pero sí ha exigido, con razón, un lugar para construir desde su identidad, su trabajo, su memoria y su música.
Casa afro Santa Marta, historia y cultura
La historia de la Casa Afro no comienza con la firma del comodato, sino que, arranca mucho antes, con generaciones que han sostenido su identidad sin tener un lugar físico que los represente, es por ello que, tener una sede no significa únicamente tener una dirección postal, es decir, que existe una voluntad política para reconocer y proteger una cultura que ha sido marginada, y que hoy encuentra un lugar propio desde donde pensarse, organizarse y proyectarse.
La administración del alcalde Carlos Pinedo Cuello no solo gestionó un inmueble, sino que, además, tomó una decisión que tiene implicaciones humanas profundas, instruyó a su gabinete para que, más allá de los documentos, se construyera confianza con las organizaciones afro, y eso se refleja en la elección de Kumkumbamana como entidad administradora.
Lo que ocurrió en esa mesa de trabajo con la Secretaría de Promoción Social, Inclusión y Equidad es más valioso que cualquier discurso: se puso en práctica una política de escucha y ejecuta.
Elegir a la organización que representará los intereses colectivos de la Casa Afro a través de votación interna es una señal de que el proceso se está construyendo con democracia desde el origen. No se impusieron nombres, no se decidió entre pocos, participaron representantes de base, personas que conocen de primera mano las necesidades y los desafíos.
También hay algo que vale destacar: esta no es una sede construida a puertas cerradas para entregarse como trofeo, es un inmueble que nace con la intención clara de convertirse en un espacio vivo, con proyectos reales, con participación constante, con decisiones desde las comunidades.
Será el lugar donde se debatan ideas, se formulen iniciativas y se mantenga la memoria colectiva, no como una exposición de museo, sino como una herramienta de resistencia y dignidad.
Este tipo de acciones, cuando se hacen con coherencia, invitan a repensar cómo deberían operar las políticas públicas, porque no basta con nombrar a las poblaciones diversas en los documentos oficiales, si no que, se necesita reconocerlas en la práctica, entregarles espacios, recursos, decisiones.
Casa afro Santa Marta, protagonista de la historia
Queda claro que detrás de esta decisión hay una lectura correcta de la ciudad, Santa Marta no puede seguir contándose sin sus pueblos afro. No puede hablar de identidad cultural sin nombrar a quienes han hecho del tambor, del cabello trenzado, de la oralidad, la cultura, el arte y el conocimiento, una forma de habitar el Caribe.
Lo que viene será igual de importante. Que esta Casa tenga vida depende de muchas cosas: del compromiso de las organizaciones, del respaldo institucional y del reconocimiento ciudadano. La diversidad de Santa Marta no puede quedarse en palabras bonitas. Debe verse reflejada en la cotidianidad, en las políticas públicas, en la educación, en la cultura, en la economía local.
Y eso solo es posible si quienes hoy lideran entienden que el desarrollo también se construye desde la identidad. Que las comunidades afro no son una nota al pie, sino protagonistas de esta historia compartida. Esta Casa, entonces, no solo será un lugar de reunión, será un espacio para sanar, para aprender, para crecer.
El reto ahora está en garantizar que esta estructura administrativa no se vuelva un simple trámite, que el comodato de cinco años sea apenas el inicio de una relación más sólida, que incluya formación, recursos, participación y una agenda que crezca al ritmo de las comunidades. No es una tarea fácil, pero sí posible.
VER: Wilman Valencia, primer afro con doctorado educativo de la Unimagdalena