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Santa Marta declara alerta roja por riesgo de crecientes súbitas

por Álvaro Quintana Mendoza
La Alerta Roja en Santa Marta obliga a repensar el vínculo entre ciudad, naturaleza y responsabilidad colectiva.

La Alerta Roja en Santa Marta obliga a repensar el vínculo entre ciudad, naturaleza y responsabilidad colectiva.

El desbordamiento de la quebrada Tamacá en Villa Betel no solo dejó calles inundadas y vecinos alarmados, sino también una señal clara de que la ciudad está al límite. Las lluvias intensas, que se han intensificado en los últimos días, han empujado a la Alcaldía Distrital a declarar la Alerta Roja, y con razón. Lo ocurrido en este barrio no es una anécdota aislada, sino parte de una cadena de eventos que se enlazan con la inestabilidad ambiental de Santa Marta.

La limpieza de los box culverts y el rápido despliegue de maquinaria fueron gestos necesarios. La administración no se quedó cruzada de brazos y actuó con prontitud, algo que muchas veces se extraña en estos casos. Pero lo cierto es que más allá de la respuesta institucional, hay un elemento que no se puede seguir ignorando: los vertimientos irresponsables.

La advertencia no vino desde una oficina ni desde un satélite, sino desde el mismo cauce obstruido. Las bolsas, escombros y basuras que taparon la quebrada no llegaron allí por arte de magia. Fueron lanzados con desdén, con ese desprecio silencioso que muchas veces los ciudadanos sienten por los espacios comunes. Hoy, esas acciones encuentran una respuesta: agua dentro de las casas y calles convertidas en ríos improvisados.

La ciudad parece hablar a gritos desde sus laderas y riberas. Las crecientes súbitas en los ríos Piedras, Gaira, Manzanares, Mendihuaca, Buritaca, Guachaca y Don Diego son una advertencia constante. Se asoman desde las montañas hacia los barrios como recordando que el agua siempre reclama su espacio. Y mientras la alerta se mantiene encendida, lo que verdaderamente debería prenderse es la conciencia colectiva.

Alerta Roja: Lo urgente no tapa lo importante

La reacción frente a la emergencia en Villa Betel es apenas la punta visible de un proceso que necesita continuidad, reflexión y transformación. Declarar la Alerta Roja es un paso firme, pero no basta con encender una alarma si nadie atiende el sonido. Y esa atención no puede limitarse a las autoridades o a los funcionarios de turno. Debe instalarse en el imaginario ciudadano, en el día a día de quienes comparten la ciudad y la quebrada.

En los sectores urbanos y rurales, donde los deslizamientos son cada vez más frecuentes, la vida pende de la tierra que se mueve. No habitar en zonas de alto riesgo, no caminar por senderos inestables y evitar el contacto con las riberas crecidas son medidas sensatas, pero también desgastadas por la repetición. Lo que urge es un cambio de hábitos, de actitud frente al entorno.

La ciudad ha aprendido a vivir con el agua, pero no a convivir con ella. Mientras tanto, la administración distrital sigue activando protocolos, monitoreando caudales, movilizando equipos. Pero es difícil que el plan funcione si no hay un compromiso compartido. Las lluvias no se detendrán con decretos, ni las quebradas se destaparán solas.

Santa Marta necesita más que maquinaria. Requiere un acuerdo invisible pero firme entre vecinos, instituciones y entorno. Un compromiso que no se firme en papeles, sino en las acciones diarias. No lanzar una bolsa de basura al canal puede parecer un gesto mínimo, pero hoy sabemos que es una forma silenciosa de prevenir tragedias.

Lo que se juega con esta alerta no es solo un episodio meteorológico. Es una oportunidad para revisar cómo se habita la ciudad, cómo se recorre y se cuida. La gestión del riesgo no empieza con el aguacero, empieza con la educación, la cultura ambiental y el respeto por lo común.

VER: alerta-lluvias-magdalena

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