La visita de Superservicios ratifica la construcción de una planta desalinizadora de 500 l/s, una apuesta que busca transformar el suministro de agua.
La llegada de la Superintendencia de Servicios Públicos a Santa Marta marca el inicio de una nueva historia para el acceso del agua en Santa Marta. El anuncio de avanzar en la construcción de una planta desalinizadora con capacidad de 500 litros por segundo abre la puerta a un futuro distinto para una ciudad históricamente afectada por la escasez de agua.
El proyecto se conecta con otras inversiones en marcha: la optimización de la planta de tratamiento de Mamatoco, la conducción El Roble y mejoras en estaciones de bombeo. En total, más de $55.000 millones de pesos comienzan a tejer una red de acciones para aliviar la fragilidad del sistema hídrico local.
Más allá de las cifras
La cifra de 500 litros por segundo impacta de inmediato, pero lo relevante es lo que implica en términos de resiliencia. Santa Marta depende en gran parte de ríos de caudal reducido y vulnerables a las sequías. Con la desalinizadora, se plantea una alternativa que diversifica las fuentes de abastecimiento y reduce la presión sobre ecosistemas cada vez más deteriorados.
El plan contempla además una segunda planta en Taganga, proyectada con una capacidad de 150 litros por segundo, orientada a resolver el problema de un corregimiento y zonas costeras que llevan años reclamando un servicio digno. La lógica es clara: no se busca un sistema de agua potable que soporte el crecimiento urbano y la presión turística.
El mar convertido en agua
El mar siempre ha sido un elemento identitario para los samarios: escenario turístico, cultural y paisajístico. Ahora, el anuncio de que el agua salada será transformada en potable adquiere una carga de simbología que trasciende la técnica. Es la imagen de una ciudad que se reencuentra con su entorno y lo convierte en solución, más allá de contemplarlo como simple atractivo natural.
La idea de beber agua que proviene directamente del Caribe conecta con una narrativa de adaptación y modernidad. Santa Marta, acostumbrada a racionamientos, carrotanques y protestas, podría dar un salto hacia un modelo en el que la tecnología garantice un derecho humano básico.
La planta desalinizadora y los retos que no desaparecen
La desalinizadora trae consigo preguntas inevitables y es que construir la infraestructura tiene un costo elevado, pero la operación y el mantenimiento lo tienen aún más. ¿Cómo se garantizará que el servicio no se encarezca y siga siendo accesible para la población vulnerable? La sostenibilidad económica será tan importante como la técnica.
Más allá de lo inmediato: equidad y desarrollo
El impacto de la planta desalinizadora no se medirá solo en litros, sino en cambios sociales. Barrios periféricos que hoy dependen de carrotanques podrían experimentar una mejora real en su calidad de vida. La estabilidad en el suministro también tiene efectos en la salud, la educación y la economía doméstica.
Para el turismo, motor esencial de la ciudad, disponer de agua constante significa confianza para inversionistas y visitantes. En muchos sectores, el desarrollo se ha visto limitado por la incapacidad de garantizar el recurso hídrico. Con la nueva planta, se abre la posibilidad de expandir la infraestructura hotelera y residencial sin el fantasma del desabastecimiento.
Una oportunidad que exige cumplimiento
El paso dado por Superservicios genera expectativa, pero también compromete. La ciudad ha escuchado promesas en el pasado que no llegaron a materializarse. Hoy, la diferencia es que existe un plan más estructurado, acompañado de inversiones paralelas y de un discurso que ya se traduce en acciones visibles.
La desalinizadora no resolverá todos los problemas de agua en Santa Marta, pero sí puede convertirse en la base de un sistema más robusto. El desafío está en no permitir que la obra quede atrapada en trámites interminables, ni que se convierta en un proyecto inconcluso.
Lo que se juega es el derecho de más de medio millón de habitantes a vivir sin sobresaltos por el agua. Una ciudad que ha sobrevivido con parches y soluciones temporales ahora tiene la posibilidad de mirar hacia el mar como aliado, no como límite.
La visita de Superservicios dejó en claro que la desalinizadora es más que un proyecto de ingeniería: es un cambio de paradigma. La obra representa un camino hacia la seguridad hídrica, un recurso estable y confiable para el futuro. La clave será que este impulso se traduzca en obras concluidas y en agua corriendo por los grifos de los hogares samarios.
VER: ¿Está en el mar y las plantas desalinizadoras la solución al agua potable de Santa Marta?