Alejandra Matiz Caicedo sigue recorriendo el mundo, manteniendo viva la obra de Leo Matiz; fotógrafo, caricaturista y paisano de Gabriel García Márquez.
Alejandra Matiz Caicedo habla con voz dulce y sosegada, delicada, como quien no sólo ha vivido el arte, sino que además lo lleva adentro, en sus venas.
Así ha sido desde niña la única hija de Leonet Matiz Espinoza, más conocido como Leo Matiz; el fotógrafo y caricaturista, paisano de Gabriel García Márquez.
Bogotá, París, Nueva York y Ciudad de México, quedaron registrados bajo el lente de Matiz y retratados por la eternidad en sus exposiciones.
Fotografías perfectas, históricas y tan magistralmente compuestas, que llevaron a este hijo de Aracataca a las más importantes revistas de todo el mundo.
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TOCANDO PUERTAS
Luego de su muerte en 1988 cuando tenía 81 años, su única hija, sintió la necesidad de evitar que con él pereciera su arte y ha recorrido el mundo con esa misión.
Por eso, desde su casa en Italia, empezó una intensa labor de tocar puertas para que las obras de su padre fueran propagadas en los museos europeos.
Alejandra no solamente se ha concentrado en Europa; en Sudamericana y especialmente en Colombia, ha logrado mantener viva la memoria de su papá.
Desde hace algunos días, en el Claustro de La Merced, cartageneros y visitantes aprecian una de las colecciones más bellas de Leo Matiz: El Macondo de Matiz.
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PATRIMONIO NACIONAL
Con este trabajo que le significó dejar su casa en Europa y residenciarse en México, Alejandra sólo busca convertir en patrimonio nacional el trabajo de su progenitor.
Ella ha recurrido a todos los amigos de su infancia y dirigentes políticos, interesados en la preservación del acervo fotográfico de este otro hijo de Macondo.
La heredera de Leo Matiz tiene entre ceja y ceja, lograr que su papá también tenga una casa-homenaje en Aracataca, como la que se le adecuó al Premio Nobel de Literatura.
Hace unos años, la Alcaldía de Aracataca se comprometió a liderar la gestión de la adecuación de un espacio que conservara los bienes culturales acumulados de Matiz.
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MANTENER SU RETRATO VIVO
Para Alejandra, su ‘cruzada’ no se trata sólo de exaltar el trabajo de su padre, sino tener vigente quién fue él como persona, como amigo, como padre.
Ella misma recuerda de la libertad en la que se fundó su crianza: con ocho años podía montar caballo a sus anchas, e incluso visitar pueblos cercanos a su finca.
Se va al pasado, y evoca la inmensa casa campestre en Fusagasugá, donde conoció de cerca y compartió, con ‘la crema y nata’ del movimiento artístico colombiano.
Como si volviera a ser niña, recuerda que entonces, las obras del pintor antioqueño Fernando Botero, fueron sus muñecas de juego, lo que le valió una reprimenda de su papá.
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