Un centenar de personas de nacionalidad venezolana han adaptado, literalmente, las calles del Centro Histórico de Santa Marta, como su hogar. Familias enteras viven en condiciones inhumanas bajo un árbol, en una banca o en los andenes. Cualquier lugar es ‘adecuado’ como sitio para pernoctar o residenciarse.
Se soporta mejor el dolor que produce un andén usado como cama que el hambre que sufren los venezolanos que han llegado a Santa Marta a pasar las mil y una penurias.
Esa es la cruda realidad de decenas de ciudadanos del vecino país que han convertido las aceras del Centro Histórico en sus habitaciones de descanso nocturno.
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Algunos improvisan sus lechos con cartones, papel periódico y plástico. Los más afortunados cuentan con colchonetas donados por espontáneos dolientes.
Las alarmas están encendidas. Las autoridades prevén una emergencia sanitaria. La Alcaldía de Santa Marta luce incapaz de afrontar esta fatídica ‘bomba de tiempo’.
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DÍA Y NOCHE EN EL ANDÉN
En inmediaciones del reconocido Teatro Pepe Vives Campo de la Caja de Compensación Familiar de Magdalena, se concentran los refugiados venezolanos.
Ariagny del Carmen Ruíz Suárez y Anaís Alejandra Zabala Pidutti, provenientes de Maracaibo y Ciudad Ojeda en el estado Zulia, dos de los casos más desgarradores.
Ariagny carga en las piernas a su hija de 10 meses. Ella es Wayúu venezolana. Anaís tiene siete meses de embarazo. El destino las unió sentadas en la acera para limosnear.
Desde que llegaron, duermen en la calle. Pagan mil pesos en un hotel para bañarse y almuerzan gracias a la caridad del comedor del antiguo hospital San Juan de Dios.
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UN HOGAR CALLEJERO
Estas dos jóvenes, que aún son menores de edad, conforman un grupo de 15 personas que duermen en la esquina de la carrera 7 con calle 16, en el corazón de Santa Marta.
El ‘hogar callejero’ esta conformado por los cónyuges, primos y tíos de una misma familia. Vinieron a la ciudad porque en La Guajira la situación era más difícil.
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La mayoría pertenecen a la etnia Wayúu asentada en territorio venezolano. Caminaron durante cuatro días desde Maracaibo hasta la frontera para entrar a Colombia.
Personas de buen corazón les han regalado colchones y cobijas. Con el producto de la venta de dulces, comen una vez al día, la otra ración la imploran en los restaurantes.
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SITUACIÓN EMBARAZOSA
Anaís Alejandra Zabala Pidutti tiene siete meses de embarazo y proviene de Riohacha. En La Guajira le fue imposible vivir, sus compatriotas le restan oportunidades.
A pesar de la situación tan triste que viven, trata de ahorrar para el nacimiento de su bebé. No sabe lo que es un control prenatal y mucho menos si espera niño o niña.
Hace unos días, se internó en la Policlínica La Castellana por un dolor abdominal bajo que fue atendido después de ocho horas de espera. Tuvo que comprar los insumos.
Tiene previsto irse a Riohacha, días antes que nazca su bebé, pues allá viven sus padres quienes la pueden recibir en la humilde vivienda que cuidan desde que emigraron.
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EL RÉGIMEN LA DIVORCIÓ
Otra desgarradora historia es la de Yuleima Alvarado quien se divorció por la cruenta situación que padece. Es madre de cinco niños, vino a Santa Marta con tres de ellos.
Peregrina las calles vendiendo dulces cuya utilidad escasamente alcanza para alimentar a sus pequeños. Todos los días tiene que comprar pañales y leche para la hija menor.
Casi no duerme, ella sirve de almohada para sus hijos. Además, vela para que los dueños de lo ajeno no se apoderen de las pocas pertenencias que la acompañan.
A diario reúne algo de dinero para mandarle a sus otros dos hijos que están en Venezuela. Allá su familia está aguantando hambre; aspira volver a recogerlos.
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COLCHÓN DE ARENA
Georgelina Cristina Barros Perozo, Carlos Enrique Gonzáles Sánchez y su hijo, están hace 10 meses en Santa Marta. Durmieron 60 días en la calle para ahorrar dinero.
Con los fondos logrados armaron una tienda ambulante donde vendían agua, dulces y cigarrillos. En pocos meses la situación mejoró para ellos. Se fueron a vivir a un hotel.
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Pero hace dos meses miembros de la Unidad del Espacio Público les decomisaron todo. Desde ese día duermen en las banquetas ubicadas en el camellón de la bahía local.
Allí con la arena como colchón, han sido víctimas de atracos y enfermedades. La salud de su hijo empeora por un padecimiento respiratorio. Ahora pordiosean.
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LOS DE LA CALLE SE QUIEREN IR
Todas estas familias viven en la calle porque ha sido difícil su situación al llegar a Colombia. Apenas logran comprar la comida para sobrevivir en este país desconocido.
Sin embargo, los que han permanecido por años en la calle ahora desean volver a su país. El 30 de agosto la Secretaria de Protección e Inclusión Social atendió varios casos.
La campaña atendió 75 personas en indigencia, entre ellas había tres venezolanos. Fueron recuperados de su menesteroso estado y llevados a la ‘Casa del buen vivir’.
Los tres venezolanos pidieron ayuda para salir de la drogadicción y volver a su país; por eso ingresaron al grupo de 14 habitantes de calle que retornarán a su lugar de origen.