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Tasajera; cuando romantizar la pobreza convalida el delito

Por Jacobis Aldana

Nota: Este es un espacio de opinión abierta y de participación. Las posiciones aquí presentadas son responsabilidad exclusiva de cada autor y no necesariamente representan o dirigen el curso editorial o la filosofía de codigoprensa.com


Dicen que las cosas malas vienen de a tres y en Tasajera esto se escucha en las calles. Marginados que por años han remado contra la pobreza, viven de lo que la carretera da, pero está solitaria por causa de la pandemia y como si de una paradoja se tratara, fue la misma carretera la que esta vez les quitó cuando la explosión de un camión  acabó con la vida de más de 20 personas mientras otros todavía se debaten entre la vida y la muerte. 

La noticia fue el gatillo que detonó la opinión del país. Desde la inhumanidad disfrazada de burla hasta el discurso político revanchista.

El arte de buscar culpables rápidamente dibujó sus primeros trazos, un camino que apuntaba a un solo lugar: el trono del Estado. 

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—Si el gobierno diera salud y educación ellos no tendrían que salir a robar gasolina  —o lo que sea que se salga de la carretera— en un carro siniestrado.
—La tragedia es culpa de la corrupción y de los que se han robado el dinero por años. 

Estos eran los gritos de, probablemente, genuina indignación que se escuchaban desde las tribunas de las redes sociales y el que a su vez fue arengado por algunos incendiarios con micrófono.

Quiero dejar en claro que estoy de acuerdo en que la corrupción es un problema real y que el robo de recursos públicos es el cáncer de nuestro país; sin embargo, me preocupa lo que pueda estar detrás de este discurso. Pareciera leerse entre líneas que si no hubiera pobreza entonces tampoco la necesidad de salir corriendo a robar, sin importar el peligro, lo que sea que se presente como oportunidad. Se parece al del hombre acusado por maltratar a su mujer hablando de que a él no le gusta como ella cocina. Como ven, puede que no sea una justificación directa del delito, pero sí un razonamiento que desemboca en su convalidación.

Este discurso es a su vez parte de esa sistemática romantización de la pobreza que acompaña la dialéctica de la desigualdad y la llamada brecha de las oportunidades. Un discurso que sienta al Estado en un trono como si fuera dios y le exige como a un todo poderoso benefactor que debe garantizar que todos tengan lo suficiente, bajo la amenaza de que si no sucede entonces el delito estará a la puerta con todo el respaldo de un seudo-tribunal moral conformado por indignados.

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Hay varios problemas con esto. Por un lado, se crea una línea paralela de justicia, tal vez no una penal en el sentido práctico, después de todo robar es robar, pero sí una especie de  justicia moral social, una que se ejerce en los tribunales de la opinión y que sentencia a placer lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo sancionable y lo que no y sin importar lo irracional que pueda llegar a ser.

El otro problema es acerca de no ver el verdadero problema. La gente que roba un camión siniestrado no lo hace amparada en la realidad factual de su pobreza, lo hace por una condición moral extraviada. Esa es la razón por la que los más grandes ladrones de nuestro país visten de lino y viven en lujosas mansiones, porque no es un asunto anclado al contexto económico necesariamente. 

Si tan solo podemos probar que existen pobres honorables, eso sería suficiente para derribar el discurso.  O para no ir tan lejos, si tan solo podemos demostrar que en Tasajera hubo personas que decidieron no acercarse al camión, no solo porque era peligroso sino porque no era correcto, entonces eso sería suficiente.

No quiero ignorar el hecho de que es posible que las personas en condición de pobreza y pocas oportunidades de educación estén más expuestas al delito que alguien en un contexto opuesto, pero eso no hace que deje de ser un problema moral y ético en lo que el contexto es solo un catalizador.

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Soy consciente que esto es algo que no estamos dispuestos a admitir con la facilidad que se requiere. La moralidad se ve cada vez más perdida en el relativismo propio de la época, pero las consecuencias de este extravío son inminentes. Podemos apartar la cabeza y culpar a una vaca si se prefiere, pero no evitaremos que esta realidad nos siga explotando en la cara. 

Como ven, esta no es tanto una discusión político-económica como antropológica; pero hablar de eso no genera opinión, no vende. Un político que habla de las responsabilidades individuales, no es popular, por eso sus discursos giran al rededor de hacer ver el problema como un mar de injusticias contra la colectividad en las que solo ellos pueden ser mesías y salvadores; pero es la rueda girando, ellos mismos actúan movidos por la misma falta de moralidad. Un corrupto que dice que la corrupción es el problema y que él es la salvación es un perro que persigue su propia cola. 

En Tasajera hay pobreza marginal por causa de la corrupción rampante. En Tasajera saquearon un camión de gasolina siniestrado con un desenlace trágico. Estas son dos hechos concretos, dos realidades innegables que están relacionadas  pero no necesariamente por razones de causalidad.

La relación es que ambas tragedias descansan en una profunda crisis moral con alguna diferencia; la corrupción es orquestada por hombres que viven en mansiones y pasean en yates mientras que los saqueos los ejecutan personas que viven en casas de madera sobre agua salada y basura, y esta es precisamente la razón por la que un político corrupto no es la panacea y su retórica no es más que eso, retórica.

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